El desgrane de la rabia – Kuíñaa Kjuañee

Por Julián Madero

La verdad, entonces, es una democracia nazi en la que todo sufre, suda y se avergüenza. Efraín Huerta

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El desgrane de la rabia es una acción violenta y sucia, una marranada. Porque al tiempo que se le quitan capas al coraje, nos embarramos de lo peor: los vicios, ajenos primero, de la corrupción, la negligencia y la mentira, que se nos embadurnan en las manos y terminamos viendo al macho, alcohólico, al mentado animal que llevamos dentro, hasta el estandarte tricolor.

No hay que tomarse la ironía a la ligera cuando el hombre de la casa es un cochino y el casero suda sus culpas con la mano extendida, evocando las poderosas imágenes del artista Emory Douglas. Las imágenes de Filogonio Naxín no nos cuentan una fábula, ni una moraleja, porque en su mundo de bestias y recortes, las figuras empiezan a jugar con los signos y ponen al significado de cabeza. La violencia se revela en los textos (“¡Te voy a matar! ¡Tú también eres una india!”) y en las anotaciones en mazateco, que dejan a quien no lo habla, en el umbral del sentido.

Los personajes que deambulan por estos collages existen y se definen a partir de un otro, aquí la mano que soborna y la rata que recibe, un hombre que dispara una flor ¿a quién? El hombre y la mujer deformados (“la deformación es la maldad”, comenta Filogonio), personajes que cohabitan sin alcanzar la comunicación, con las miradas desviadas o inconexas. El desgrane de la rabia es un mundo sinsentido e incomunicado de bestias agobiadas y desorientadas, de tranzacciones internacionales, nacionales y obscenidades burrocráticas.

Pero lo que este cuerpo de trabajo manifiesta, no es el desaliento pesimista, antes bien, encontramos gratificación al descubrir la economía de recursos con que Filogonio articula su poética visual. Apropiando recortes del libro vaquero, periódico, envoltorios, los residuos del consumo dejan de ser basura para convertirse, por medio de la tergiversación, en imágenes dialécticas, que dan cuenta de su procedencia de manera autocrítica. Al desviar la función comercial de las imágenes que circulan a diario, transforma el lugar habitual del consumidor-productor-de-basura, poniendo entre paréntesis una dominación habitual del lenguaje.

La dimensión de protesta se manifiesta en las palabras en mazateco, de las que podemos informarnos a través del autor o un hablante de la lengua. Por ejemplo en “La Jornada”, primera plana de periódico intervenida con recortes y pintura, un cráneo dice: ñá (nosotros), como un eco de los zapatistas (Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el «¡YA BASTA!”, que devolviera a esas muertes su sentido), la pintura concluye con la sentencia Tesutjién (levántate).

Estas piezas operan como puentes de traducción o de encuentro. Con al menos dos lecturas distintas, la de los hispanohablantes (los “hombres de razón”) y la de los hablantes del mazateco; la sonrisa chusca que provocan se resquebraja al acceder al significado textual: Noticias… Jin (sangre) Mikién (muertos) Kjuajñee (sufrimiento dolor) Naxínanda (pueblo) Fin. En este otro, un zopilote sostiene una cruz, rezando ante la ira del pueblo, una palabra lo señala: Likie (se hizo pequeño). Uno más, mujer cóndor y hombre cocodrilo, el texto nos advierte: Nchanbexuntjú (se están cayendo). ¿Quién cae? “el cocodrilo metido a redentor, padre de pueblos, el Jefe” escribió O. Paz. Quizá el pronóstico de los signos sea cierto y nos aproximamos al derrumbe del actual modo de vida, para alivio de los pueblos originarios.

Chinga cerdo

Chindayajún

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